PADRE NO VES QUE ESTOY ARDIENDO

PADRE NO VES QUE ESTOY ARDIENDO

LOS SUEÑOS.

“PADRE NO VES QUE ESTOY ARDIENDO”

Alicia Pagliarani -María Isabel S. de EspinosaLiliana Alicia Berraondo

La vía del discurso analítico muestra que sólo se progresa por ese límite angosto, ese filo de cuchillo, de ese no quiero saber nada de eso que habita al sujeto… Para avanzar sobre ese “no quiero saber” hay que hacer hablar al sujeto. ¿Por qué? Porque al decir no sabe lo que dice pero dice de su goce.

Lacan nos propone pensarlo en una cama.

¿Qué se hace en esa cama?

Soñar…

Le toca, entonces, al discurso analítico, recapturar  los sueños que se hayan hilado en esa cama.

Cuando el Sujeto sueña, le sucede algo que amenaza pasar a lo real, ahí se perturba y se despierta para…seguir soñando bajo la máscara que le da el fantasma.

El sueño no introduce en ninguna experiencia insondable, en ninguna mística. Sin embargo, es a partir de Freud, quién sitúa al inconsciente como otra localidad…otro espacio…otra escena… como lugar intemporal entre percepción y conciencia… que adquiere su valor el sueño.

Abordaremos este sueño ejemplar. Es un sueño presentado por Sigmund Freud en “La interpretación de los sueños” (1900-1901) y que reclama su especial atención. Su verdadera fuente le es desconocida. Le es relatado por una paciente que a su vez lo escuchó en una conferencia sobre el sueño, y a la que le hizo tal impresión que se apresuró a soñarlo por su cuenta.

Dice Freud: “Las condiciones previas de este sueño paradigmático son las siguientes: Un padre asistió  noche y día a su hijo mortalmente  enfermo. Fallecido el niño, se retiró a una habitación vecina a fin de poder ver desde su dormitorio la habitación donde yacía el cuerpo de su hijo, rodeado de velones.

Un anciano, a quien se le encargó vigilarlo, se sentó próximo al cadáver, murmurando oraciones. Luego de dormir algunas horas el padre sueña que su hijo está de pie junto a su cama, le toma el brazo y le susurra este reproche: “Padre, entonces ¿no ves que estoy ardiendo?

El padre despierta, observa un resplandor que viene de la habitación vecina, se precipita hasta allí y encuentra al anciano guardián adormecido, y la mortaja y el brazo del cadáver querido quemados por una vela que le ha caído encima”.

La explicación de este sueño “conmovedor” es bien sencilla, nos dice Freud. El resplandor entró por la puerta abierta y al herir sus ojos produjo el mismo pensamiento que hubiera producido en estado de vigilia: es decir, que la llama del cirio había   producido un fuego en un lugar cercano al cadáver.

También es posible que antes de acostarse, el padre pensara en la posibilidad del suceso; que hubiera desconfiado de que el anciano encargado de velar el cadáver pudiera pasar la noche en estado despierto.

El contenido de un sueño, dice Freud, está sobredeterminado. Así, las palabras del niño habrían provenido de otras dichas por él en la vida real y enlazadas a circunstancias que impresionaron al padre. También, la queja “estoy ardiendo” haya sido pronunciada por el niño durante su enfermedad cuando estaba bajo los efectos de la fiebre; y las palabras “¿no lo ves?” habrían de responder a otra ocasión ignorada por nosotros, pero seguramente cargada de afecto.

En este sueño, se observa una realización de deseos: el niño en el sueño se comporta como si aún estuviera vivo. 

Lacan nos aporta que es necesario impulsar hasta el fin la perspectiva freudiana, es decir que el sueño siendo ya “una interpretación”, no es ésta del privilegio del analista.

Pero sí le toca al analista, al interpretar el sueño guiarse no por ¿qué es lo que quiere decir eso? sino: si quiere eso que dice.

En tanto se trata del inconsciente eso dice algo sin saber que lo dice, y por ello el sujeto no sabe que quiere eso en apariencia y es a lo que se enfrenta el analista: hacerle escuchar, por la interpretación, por ese filo de cuchillo que es el discurso analítico, el goce que el sueño encierra.

El modo de avanzar en ello es lo que impresiona en el sueño: el tropiezo, la falla, la fisura, en donde algo exige realizarse. Hallazgo siempre dispuesto a escabullirse: el sujeto, lo que vacila en el corte del discurso. Aparición evanescente, pero articulada en una frase, en una estructura temporal. Todo lo que ha quedado fuera por la interpretación del sueño, es el trabajo que se realiza con el objeto “a” y es el camino que permite integrar la lectura del sueño.

El sueño se plantea en el campo de la pulsión invocante: Padre… y en el campo escópico: solicitación de la mirada: ¿no ves que estoy ardiendo?

Es en el sueño que hay “un dado a ver” donde el sujeto es “mirada”. La mirada enmascara lo Real, cubre el ser y lo que aparece es su semblante.

Es en esta apariencia que está su verdad. El sujeto escapa a su captura traumática y se constituye como “no sabido”.

El relato, su decir, implica el avanzar sobre ese “no sabido”.

Sueño princeps para captar lo que se forma a partir de un ruido, de un golpe, es decir, de una percepción, antes de tomar conciencia de ello, de despertar.

Golpe… traumatismo… fantasma…

Este sueño le permite a Lacan articular la pregunta fundamental: “¿Qué soy en el instante en el que he comenzado a soñar bajo ese golpe que es en apariencia lo que me despierta?” Entre lo que sucede por casualidad, por azar y el sentido velado que es la verdadera realidad, esto nos conduce a la pulsión.

Se trata de captar ahí la hiancia misma que constituye el despertar, el despertar de un goce. El despertar que es el instante en que se cambia de pantalla.

El sueño tiene en su centro este Real, el ombligo del sueño, lo no reconocido, lo que no cesa de no escribirse. El sueño es, por lo tanto, una máscara de lo Real. La función de lo Real, en la repetición, se expresa en el sueño, el sueño en tanto portador del deseo del sujeto.

Allí se expresa un goce en tanto frase y no en tanto sentido –es debido a la falta de sentido que Real e Inconsciente se anudan- la frase, los significantes, dejan ver aquello que vacila; y eso que vacila es el deseo.

¿Cómo no ver que es el deseo lo que quema a ese niño?

Se trata del deseo del Otro.

Sustentar la teoría según la cual el sueño es la imagen de un deseo, precisamente con este sueño, sería para evocar un misterio, nada menos que del mundo del  más allá, el más allá del principio del placer, y “quien sabe qué secreto compartido entre el padre y ese niño que viene a decirle: Padre, ¿acaso no ves que estoy ardiendo ¿Qué lo quema sino lo que vemos dibujarse en otros puntos designados por la topología freudiana: el peso de los pecados del padre…”

Ese Real del goce del Padre.

Solamente en el sueño puede darse este encuentro verdaderamente único: entre lo real del cuerpo y el goce de lo real.      

En el seno de los procesos primarios, como se da en los sueño, se conserva la insistencia del trauma. El trauma reaparece en ellos a cara descubierta. El mensaje tiene más realidad que el ruido con el que identifica lo que está pasando en la habitación de al lado. “¿Acaso no pasa por estas palabras la realidad fallida que causó la muerte del niño?”  “…¿Acaso no se siente que, de todos modos, ya es demasiado tarde en lo que respecta a lo que está en juego, a la realidad psíquica que se manifiesta en la frase pronunciada? No se trata de que allí se afirme que el hijo aún vive, sino que, en esa visión “el deseo se presentifica en la pérdida del objeto, ilustrada en su punto más cruel”.

La muerte del hijo para salvar al Padre, que se manifiesta en el reproche.  

Entre lo que sucede como por azar y lo conmovedor, aunque velado, existe la misma relación que la que se presenta en una repetición. Esta es la verdadera realidad que nos lleva a la pulsión.

Este sueño toca el suelo pulsional: la ley, el mandato, el orden. La práctica analítica implica una ética que no es el dominio de lo ideal, ni de lo irreal, vamos en un camino inverso, a profundizar lo Real. Lo Real debe buscarse más allá del sueño, en lo que recubre, envuelve, esconde, en la falta de representación. El texto del sueño es el tejido imaginario que recubre un Real.

El soñador tiene una relación simple y unívoca con su anhelo. Lo rechaza, no lo quiere, lo censura. ¿Por qué? Porque más allá del principio del placer, aparece este rostro opaco, que el instinto de muerte, esta ley más allá de toda ley, esta estructura última, es un punto de fuga; lo que gobierna en un “más allá” la relación del sujeto con el mundo.