LA FORCLUSIÓN DEL NOMBRE DEL PADRE

LA FORCLUSIÓN DEL NOMBRE DEL PADRE

CLINICA PSICOANALITICA II.

“ACERCA DE LA FORCLUSIÓN DEL NOMBRE DEL PADRE”

EL PUNTO DE ALMOHADILLADO de Jacques Lacan y ATALÍA de Jean Racine

Beatriz Rajlin

“Atalía” es la última obra teatral de Jean Racine (1639-1699), uno de los tres clásicos de la literatura francesa junto con Corneille y Molière.
Fue escrita a pedido de Mme. de Maintenon, última esposa de Luís XIV, para ser representada por las alumnas de Saint-Cyr, lugar educacional para señoritas modestas quienes, como parte de su formación, ofrecían representaciones ante la corte.

El tema de la obra es sencillo: se trata del triunfo de Dios quien, de la mano de aquellos que lo sirven, se venga de aquellos que lo desconocen.
Para esta puntuación nos interesa el primer acto: Abner, uno de los principales oficiales del ejército de Atalía, viene al templo para celebrar con el Gran Sacerdote Joad la fiesta de Pentecostés. El aparente tímido Abner trae un mensaje amenazante de Atalía y al mismo tiempo deplora con nostalgia la indiferencia de los judíos y los progresos del culto de Baal. Pero en su corazón seguía siendo fiel al viejo Dios. Joad opone su fe en Dios, que sabrá vengar a su pueblo. El momento de actuar ha llegado. Él mismo tiene su designio: va a revelar a su mujer Josabeth que hará coronar al niño que ella ha salvado de la masacre ordenada por Atalía años antes. Se trata del nieto de esta última, Joas, rey legítimo de Juda, quien fuera criado secretamente en el templo bajo el nombre de Eliacin.

Este acto va a ser tomado por Lacan para puntualizar cómo debido a la fluidez de la relación entre el significante y el significado, esta puede llegar a deshacerse.
La fe, la buena fe mínima, implícita en el reconocimiento del otro, debe pautar las relaciones entre los seres humanos. Lo que faltaría en el delirio, dirá Lacan, sería la palabra base, la clave, la clavija última, más que la solución.

“Las significaciones elementales llamadas deseo, o sentimiento, o afectividad, esas fluctuaciones, esas sombras, incluso esas resonancias tienen cierta dinámica que sólo se explica en el plano del significante en tanto este es estructurante”.  “Es decir que “el significante es quien polariza, estructura, instala y crea el campo de la significación”.  

Racine hace comenzar la tirada de Abner con un

                        “Sí, vengo a su templo a adorar al Eterno…”.

Este sí inicial da la idea que la conversación ya había comenzado al levantarse el telón. Lacan marca la ambigüedad del sí, en tanto puede ser un no o un tal vez. Esto atrapa la atención del espectador puesto que sólo sabrá el sentido de lo que se trata cuando haya terminado la frase, en un après-coup.
Es el ordenamiento de la frase el que produce un enlace que sitúa en ella los distintos elementos.
Abner llega al Templo a adorar al Eterno. Viene a conmemorar con Joad la jornada en que fuera entregada la Ley en el monte Sinaí. Evoca los viejos tiempos en que

                        “el pueblo santo en masa inundaba los pórticos”.
Pero a continuación comienza su queja por la actualidad:
                        “Adoradores celosos: apenas unos pocos.”
………….
                        “El resto por su Dios muestra un fatal olvido;
                        O incluso, se muestra solícito en los altares de Baal”.
Y produce un giro.
                        “Tiemblo porque Atalía”
…………..
                        “termine por fin sobre vos sus venganzas funestas”.

Desnuda su temor dejando deslizar el doble juego de la delación, la amenaza velada, el consejo prudente.
¿Qué responde Joad? ¿Admite, se da por enterado, toma nota, se aflige, se queja? Nada de eso. Remite a lo que escuchó del sujeto. Y le devuelve su palabra. Pregunta:

                        “¿de dónde os viene hoy ese negro presentimiento?”

            No es una pregunta por los hechos, por las acciones de Atalía, de los cuales seguramente estaba bien enterado, sino que apela al sujeto expuesto en la representación del significante temor, e interroga sobre lo que al otro le inquieta, qué puebla “la masa amorfa de sus pensamientos”, para que diga lo que vino a decir.
Luego de una serie de informaciones, quejas, adulaciones y delaciones, retoma Abner su amenaza:

                        “Yo la observaba ayer, y veía sus ojos
                        lanzar sobre el santo lugar furiosas miradas”
                        …………..
                        “que sobre vos su furia está presta a estallar”.

            Va mostrando sus cartas. Para qué vino.
Pero Joad toca el significante. Da al tiemblo valor significante y lo retoma bajo el temor de Dios.

                        “Temo a Dios, querido Abner, y no tengo ningún otro temor”
                        ………………….
                        “Temo a Dios, decís, ¡su verdad me toca!”,
                        “He aquí cómo ese Dios os responde por mi boca”.

Joad inocula a Abner con el temor de Dios, ahí donde todos los temores se unifican, se aplacan y se disuelven. El temor de Dios reemplaza los temores innumerables por el temor de un ser único que sólo manifiesta su potencia por lo que es temido tras esos innumerables temores. “Es el significante, más bien rígido, que Joad saca del bolsillo en el momento preciso en que le advierten de un peligro”.  
Es el momento del “pase de prestidigitación. Transforma de un momento a otro, todos los temores en un perfecto coraje”. El temor de Dios, por obligatorio que sea es lo contrario de un temor.
Pero Joad también retoma la palabra celo. Y a través de ella propone a Abner:

                        “¿El celo de mi ley os sirve de adorno?”
                        ……………..
                        “La sangre de vuestros reyes grita y no es escuchada.
                        Romped, romped todo pacto con la impiedad”.

            Abner retoma su queja: Dios no responde, los ha abandonado, no produce más milagros. Fuera de sí, Abner renueva los reproches por las promesas divinas no cumplidas.
Nuevamente Joad devuelve la pregunta al sujeto para que hable sobre la fe que parece poner en duda.

                        “¿Porqué renuncias a las promesas del cielo?”

            Abner, interpelado en su fe, nuevamente presenta un doble juego. Qué será capaz Dios de reparar de la sangrienta matanza para restituir al Rey, y ahí cambia el sentido de su duda y Atalía aparece como la que pudo haberse equivocado:

                        “¡Ah! Si con su furia ella se hubiera equivocado;
                        Si de la sangre de nuestros reyes alguna gota escapada…”.

            Aquí Joad no deja escapar su presa. Si bien percibe la pregunta por el gato encerrado, también hace girar el pensamiento de Abner para traerlo a su conveniencia:

                        “¡Y bien! ¿Qué haría usted?”

            Abner se desnuda:

                                                                       “¡Oh! ¡Día feliz para mí!
                        ¡Con qué ardor iría a reconocer mi rey!”
                        ………………………..
                        “Pero ¿porqué halagarme con vanos pensamientos?”

                        Contesta desde su antigua fe. Del Dios fiel en todas sus amenazas parte inoculado con su fidelidad vuelta a encontrar. “Transmutación del orden del significante en cuanto tal.” No recibe explicaciones, sino la consigna de asistir al templo con el mismo celo. Joad enuncia:

                        “Dios podrá mostrarle con grandes beneficios
                        Que su palabra es estable y no engaña jamás.”

            Abner, sin comprender cuál será el beneficio, sale y va a reunirse con la tropa fiel atraído por la pompa solemne de ese día.
Ya no se trata más del diplomático doble agente que venía a investigar, a advertir. Los significantes esenciales aportados por el Gran Sacerdote: el temor de Dios, Dios habla por mi boca, la palabra que no engaña, las promesas del cielo, transforman el celo del comienzo, palabra ambigua y dudosa, capaz de sufrir todas las inversiones, en la fidelidad del final. Será en adelante, desde su puesto en la procesión, ese “irrisorio gusano de tierra” que servirá de sebo a la reina, quien terminará por sucumbir en ese juego.
La transformación es del orden del significante. Abner fue ensartado hasta llegar a ser ese gusano. En la transmutación de la situación por la invención del significante estriba todo el progreso de esta escena, dice Lacan, la cual de otro modo sería digna de los servicios de espionaje.
El punto de almohadillado es la palabra temor con todas sus connotaciones trans-figurativas. Alrededor de ese significante todo se irradia, se organiza, como pequeñas líneas de fuerza formadas en la superficie de la trama por el punto de almohadillado. “Es el punto de convergencia que permite situar retroactivamente y prospectivamente todo lo que sucede en este discurso”.
El punto de almohadillado es esencial en la experiencia humana porque la noción de padre está muy cercana a la de temor de Dios. Si Abner puede ser girado de su posición es porque en él se encuentra el significante padre (“pero su corazón sigue siendo fiel al viejo Dios”). Si no existiera en él esa función, los juegos significantes o no entrarían o serían otros.
La función del padre es el elemento más sensible, la clave, la clavija de la experiencia de lo que se llama el punto de almohadillado entre el significante y el significado.

1996

BIBLIOGRAFÍA

Jacques LACAN, El seminario Libro 3, Las Psicosis, Bs. As., Paidós, 1988

Jean RACINE, Athalie, Classiques Larousse, Montrouge (Seine), 1933

Ch-M. DES GRANGES, J.BOUDOUT, Histoire de la Littérature Française, Paris, 1949