ESCRITO Y ESCRITURA EN PSICOANALISIS

ESCRITO Y ESCRITURA EN PSICOANALISIS

ESCRITURA

ESCRITO Y ESCRITURA EN PSICOANALISIS

Perla Trajtemberg

La escritura en psicoanálisis conduce al concepto de goce.

El psicoanálisis plantea que el goce es cifra a descifrar y nos propone el camino de la interpretación. Trabajo de lectura sobre lo escrito, sobre lo inscripto.

Siguiendo a Jacques Lacan en el Seminario 18 “De un discurso que no fuese del semblante” en su primera página encontramos que es a partir de la doble inscripción con la cual introduce el tema del discurso.

Al interrogar la escritura en psicoanálisis surge la pregunta por el tiempo de la inscripción. Jacques Lacan rescata el acento puesto por Sigmund Freud sobre la doble inscripción, donde se trata que el sujeto se constituye al derecho o al revés, sin que se haya franqueado un borde. La estructura de la banda de Moebius, le sirve como figura topológica para ejemplificarlo. Conocido es por nosotros el hecho de que el inconsciente se nos proponga como estructurado como un lenguaje con leyes que le son propias, la metáfora y la metonimia, en este sentido el texto de Jacques Lacan  “La instancia de la letra en el inconsciente” es un tiempo donde la teoría nos lleva por el camino de la interpretación del sueño, por el valor de la letra, por el valor significante de las imágenes del sueño, por lo que es posible ser deletreado. Plantea Jacques Lacan que “… esta estructura del lenguaje que hace posible la operación de lectura, está en el principio de la significación del sueno”, en el principio del libro freudiano La Interpretación de los sueños.

Rescato en este punto la invención freudiana, al situar que había un trabajo posible de lectura-interpretación sobre los pensamientos inconscientes, cuyo sentido permanece oculto para el sujeto. Innovadora posición teórica sobre la sexualidad infantil, el deseo y sobre lo que en 1920 establecerá como el más allá del principio del placer, que nos convoca como concepto al investigar la escritura, por la relación que ésta tiene con el goce.

  Al introducirse la teoría del significante, se inaugura un nuevo modo de pensar el sujeto, lo pensamos como siendo representado por un significante para otro significante, y siendo que allí donde está representado, él está ausente, y a la vez en tanto que representado, él se encuentra dividido.

Tiempo lógico de la constitución subjetiva, donde como efecto de esa división en el lugar del Otro del lenguaje, queda un resto, nombrado por la teoría psicoanalítica como objeto pequeño a, objeto perdido, objeto por definición causa del deseo. A la altura del Seminario 18, encontramos que este objeto a funciona como plus de goce, como lugar de la función simbólica del plus-de-gozar en el discurso analítico, no en otro. En este punto Jacques Lacan se remite a Carl Marx, quien había estado inmensamente preocupado en 1840-50 por el proceso productivo, el lugar del trabajo y la producción que resulta de él, su destino en el mercado. El objeto a funciona como plus de goce, plantea Jacques Lacan porque es un sobrante, una irrupción, una caída en el campo del Otro, que como no hay Otro, surge como campo por la intervención del significante. El plus de goce es lo que Carl Marx descubre como plusvalía, el trabajo de más, el plus de trabajo. ¿Qué se paga con eso, se pregunta Carl Marx, sino precisamente goce, que es preciso que vaya a algún lugar?. Lo inquietante plantea Jacques Lacan es que si se paga, se tiene y desde el momento en que se tiene es muy urgente derrocharlo, si no se pagan las consecuencias.

Hay una pago que tiene que hacer el sujeto por haber recibido la vida, no se adviene como sujeto dividido, no se accede al deseo, si no se pasó por la renuncia al goce. La  Cosa, das- Ding, el goce originario anterior a la Ley es un goce que deberá ser interdicto y sustituido por una promesa de goce fálico, goce sexual, sólo posible por la aceptación de la castración, de la falta de objeto. La Ley separa del goce de la madre. La teoría psicoanalítica coloca al Mito de Edipo como marco simbólico, marco de la instalación de la ley de interdicción del incesto, ubicando en su centro la función paterna. Tiempo del origen donde se pasó por la decepción y la renuncia. Pero el goce rechazado vuelve, insiste, fundamento de la compulsión a la repetición. Lo perdido no se olvida, está la memoria inconsciente que anhela su recuperación, el descubrimiento freudiano captó que en algún lugar está la marca, y que es la repetición la que instituye al goce como marca.

¿Escrito y escritura es lo mismo?. No, no es lo mismo.

Jacques Lacan nos plante que un escrito es un acontecimiento, un advenimiento de discurso. Que es por la palabra que se abre la vía hacia lo escrito. Que lo escrito es el goce, que la transmisión de una letra tiene alguna relación con algo esencial, el goce.

En el Seminario 18 plantea alrededor del discurso: que aquello que es propiamente hablando discurso no podría de ninguna manera referirse a un sujeto aunque lo determine. No duda del valor que tiene el mundo simbólico como preexistente al nacimiento de un sujeto, lugar donde debe situarse, pero nos conduce a pensar que no hay discurso de nadie particular, si no se funda a partir de una estructura y del acento que le da la distribución. Ya nos había planteado en los años anteriores sus cuatro discursos, el del amo, el universitario, el de la histérica y el del analista, donde nos mostraba el valor de las letras que los determinan y de la estructura que según la distribución de las mismas se produce.

También nos plantea que está lo escrito y está lo imposible de escribirse que es la relación sexual. “Lo escrito está, no en primer lugar, sino en segundo lugar respecto a toda función del lenguaje, sin embargo sin lo escrito no es de ninguna manera posible volver a cuestionar lo que resulta antes que nada del efecto del lenguaje como tal, dicho de otra manera, del orden simbólico, es a saber… la dimensión, nos aclara que él introdujo el término demansión, la residencia, el lugar del Otro de la verdad.

Interrogar la demansión de la verdad es algo que sólo se hace por lo escrito… en tanto que lo escrito no es justamente el lenguaje… pero que sólo se construye, se fabrica por su referencia al lenguaje.

Podemos considerar en este punto que sólo hay goce en el ser que habla,  porque habla, e introducir el lugar del cuerpo en psicoanálisis, planteando al goce como siendo del cuerpo.

Al plantear que no hay relación sexual en el ser parlante, nos dice que como cualquier otra relación, en último término sólo subsiste por lo escrito. Lo esencial de la relación es una aplicación: a aplicado sobre b: si ustedes no lo escriben a y b: no tienen la relación en tanto que tal.

Entonces nos plantea que ya había habido intentos de escribir la relación macho hembra pero que conviene marcar esto completamente nuevo, cuyo efecto no dejó de ser sorpresivo, que ha salido del discurso analítico y que es la función del falo, la cual deviene insostenible esta bipolaridad sexual. Ocurre algo que es la intrusión del falo. No se trata de falta de significante sino del obstáculo hecho a una relación. El falo, al poner el acento sobre un órgano, no designa por supuesto al órgano llamado pene con su fisiología, ni tampoco la función que se puede atribuirle con verosimilitud como siendo aquella de la copulación. Apunta de modo menos ambiguo, si uno se remite a los textos analíticos, a su relación al goce.

Entonces volviendo al tiempo de la inscripción, y retomando el punto de la escrito como siendo el goce, y el goce siendo del cuerpo, es a partir de considerar la dimensión del goce en el tiempo donde se funda un sujeto, que se desprende lo que Jacques Lacan plantea a diferenciar, que la escritura, la letra, está en lo real, y el significante en lo simbólico.

Investigar qué se escribe-inscribe y qué queda por fuera haciendo su insistencia, lleva al aporte freudiano de un más allá del principio del placer, al goce,  a la compulsión a la repetición. Siguiendo la definición de goce en Derecho, remite a la noción de usufructo. Sólo puede gozarse jurídicamente de algo que se posee y para poseerlo plenamente es necesario que el otro renuncie a sus pretensiones sobre ese objeto. El Psicoanálisis plantea que la primera propiedad del sujeto es su cuerpo, que es en los orificios corporales que se encuentra la marca.

Encontramos al sujeto por un lado en el principio del placer, regulador y homeostático, por otro en un más allá de ese principio, el goce del cuerpo, fuerza que desequilibra, incapaz  de encontrar un lugar en los intercambios simbólicos. Un exceso.

En la Lógica del fantasma, Jacques Lacan plantea que es el oscuro núcleo de nuestro ser.

Retomando lo escrito como siendo el goce, decimos que el goce no es palabra, pero como decía antes no es ajeno al lenguaje, pues es de allí que resulta excluido y es sólo por el lenguaje que podemos cernirlo. Es letra a descifrar.

El goce no puede ser abordado sino a partir de su pérdida, de la erosión producida en el cuerpo por lo que viene del Otro y que deja en él sus marcas. Ese sujeto excluido del goce sexual, es allí donde la teoría funda su posibilidad de apertura a aquello de lo cual el sujeto no dispone. El síntoma contiene ese goce, nos vuelve como formación, como retorno de lo reprimido porque el inconsciente ha hecho su actividad, el proceso primario hace un primer desciframiento del movimiento pulsional. Metáfora y metonimia se transforman en el modo de hacer pasaje de esas inscripciones primeras a la palabra, proceso de transformación del goce del cuerpo en decir.

Pero el inconsciente depende de ser escuchado y allí el analista ejerce su trabajo de interpretación, de desciframiento de ese goce enigmático, para hacer audible ese goce y colocar un decir en el lugar de lo real. Lo planteaba Jacques Lacan en el Seminario 1: “se trata menos de recordar que de reescribir la historia”.

El goce es lo escrito, de ello queda su marca, el discurso psicoanalítico nos propone un trabajo de producción, producir su escritura en la experiencia del análisis, operación sólo posible si hay un deseo allí, el deseo del analista de acompañar al sujeto por los caminos enigmáticos de su deseo.