EL EROTISMO FEMENINO

EL EROTISMO FEMENINO

CLINICA PSICOANALITICA.

EL EROTISMO FEMENINO

Olga M. de Santesteban

La interrogación por las claves del erotismo femenino surgió para el Psicoanálisis a través de las diferentes historias de mujeres… historias que revelaban las diferentes resoluciones en la posición femenina.

Historias que recorrían las complejas relaciones entre el amor y el deseo, entre el deseo y el goce, entre la angustia y la obscenidad… para situar lo que era, en el caso de la histeria, su pregunta secreta y amordazada que se expresa en el interrogante: ¿qué quiere una mujer? más precisamente ¿qué es lo que ella desea?

Freud se introduce en estas historias donde se le revela rápidamente que el cuerpo habla con el malentendido de su goce y su errar en el encuentro amoroso… mujeres que se presentaban siempre como responsables del exilio de la relación sexual y que hay siempre en ellas algo que escapa del discurso… pero esencialmente lo que se pone de manifiesto es que la histérica soñaba con un deseo que naciera del amor.

Hoy como entonces… cuando la pregunta secreta y amordazada acerca de ¿qué quiere una mujer? surge, la encontramos enmarcada en la relación amorosa, en un intento por atrapar los velos que cubren el objeto del deseo.

El amor, el deseo y sus fantasmas, el goce, su opacidad y sus oscuros laberintos constituyen las vías por las cuales se pierde la causa del deseo.

El deseo trae aparejado siempre cierto quantum de amor, no importa si mucho o poco… pero la inversa no es verdadera, a pesar de todos los elogios que se plantearon al pequeño Dios, se dice que él, permaneció completamente incapaz de engendrar el más mínimo deseo.

Todo deseo tiene su causa… el deseo no dice te quiero… el deseo está en relación a su causa y pide, busca y hace lazo con la causa del otro y su saber.

El deseo quiere junto con su causa y con esto se dirige al partenaire para anudarse al objeto que en el otro mueve su deseo.

Es con eso que somos en el deseo, que vamos al amor como deseantes.

Todo sujeto se plantea con qué y de qué hace una causa. Si toda elección está sometida al juego del azar y no se sabe porqué se elige algo… cada uno dará sus razones – dirá Lacan – para dar a esa elección alguna consecuencia por la cual, con la huella de su agalma, con su plus de gozar, en el encuentro amoroso puede hacer de eso la causa de su deseo.

Por esto decimos: ¡esto vale la pena! Vale realizar el esfuerzo por él… realizar el esfuerzo por el deseo que se mueve con su causa.

Para atrapar la hiancia que separa el deseo del amor, quizás, sea necesario recordar que estamos abordando la estructura de la demanda y el deseo, esto es, la articulación esencial que supone que una pulsión se engancha en la estructura significante y produce un juego de vaivén entre demanda y deseo, accionada por el objeto causa del deseo. Freud captó que cada mujer sabe en lo más íntimo de su erotismo, el profundo abismo que habita entre aquello que se demanda y la capacidad de alojar lo que se ha pedido.

Si el Psicoanálisis pudo progresar en situar la relación de la demanda del sujeto con su deseo, así como puede progresar en cada análisis, es porque se partió y se parte de este punto, apoyándose en este saber… es porque justamente entendió que una mujer o lo que es lo mismo, ser la portadora de la envoltura de lo que es el objeto del deseo, es una de las inscripciones más esenciales del erotismo femenino… la más ignorada, la que vuelve en retorno desde las palabras de amor, la que hace a ese velo de misterio a través del cual emerge el enigma de la femineidad. Toda demanda es invocación y a toda demanda la desborda un deseo.

Decimos así que entre “demandar”, esto es pedir recibir algo… y “dejarse nutrir” por eso que se pide… hay una hiancia. Recordemos que demandar es ponerse a disposición de eso que se ha pedido… no de quién lo otorga.

¿Si la demanda es satisfecha, el deseo se extingue?

Esta pregunta dramatiza la fantasía esencial en el vampirismo de la anorexia y está a los fines de que el deseo que desborda esa demanda de dejarse nutrir no se extinga, que el propio sujeto, que tiene hambre no se deja nutrir y esto, porque se niega a desaparecer como deseo.

El juego de la demanda y el deseo que implica siempre la unión de los cuerpos y da el marco para que la absorción, fundando el suelo pulsional mismo del sujeto, junto a la voz y la respiración, inscriban el modo de respuesta de la demanda al Otro en todo lo que implica la incorporación.

En el tiempo de la demanda del Otro se marcan los modos de la expulsión. Entre la demanda de retener y el deseo de expulsar están las condiciones del otro a las que debe responder…

En esta demanda debemos considerar que el sujeto debe dar algo que satisfaga la expectativa de quien lo pide… ¿lo dará? ¿no lo dará? ¿podrá acceder bajo la mirada del Otro a su deseo?

Esta demanda inscribe la función del don, del regalo… ¿Hará todo por el otro? ¿Buscará la aprobación del otro? ¿Se hará autorizar por el otro? ¿Aquí el deseo se va por el inodoro?

Sin duda… porque da razón al deseo de expulsar, el a excrementicio está destinado a su pérdida.

La erotización que resulta en la violencia sádica o la tira excrementicia en la articulación misma de la palabra desplazándose en un discurso o buscar la aprobación del otro, o dar todo por el otro, o retener hasta el hartazgo reventante… dan prueba de las huellas de este pasaje por la demanda del Otro.

La constitución del sujeto pasa por los atolladeros de la estructura de la demanda y del deseo del Otro.

Del lado del deseo al Otro tenemos el campo de la  mirada, sus elisiones, su voyerismo, su exhibicionismo, la contemplación fascinante…

Del lado del deseo del Otro está el campo de la voz… la invocación, el silencio, el grito modulando el ritmo respiratorio, la cadencia de las palabras, la frialdad metálica, la voz susurrante… los mil efectos que produce la marca de la pulsión en el deseo… recordemos que es desde el inconsciente que el cuerpo toma voz y produce su llamado. Sin duda que la articulación del deseo en el sujeto parte de anudar la relación entre pérdida y deseo y decimos que la pérdida del objeto constituye el ser del sujeto y porque el deseo se sostiene en un real que es el temor a perderse a sí mismo que no podría haber desaparición del deseo, no podría haber representación de esta desaparición. La secuencia de pérdidas y los duelos que esto supone, dejan la impronta de lo que constituirá para el sujeto la causa de su deseo… que se diversifica en cuatro, en tanto se constituye con el objeto de la succión, el objeto de la excreción, la mirada y la voz. Estos objetos en el proceso de la pérdida y sus duelos son reclamados como sustitutos del Otro y convertidos en causa del deseo.

Recordemos que en el deseo de toda demanda, sólo hay solicitud del objeto a, del objeto capaz de satisfacer el goce… y recordemos que decir deseo, es decir suspensión de goce… pero goce es presencia del cuerpo… Entonces,… sintetizando en lo que hoy nos importa para abordar las múltiples respuestas que pueden darse a la pregunta esencial en lo femenino, diremos que de la doble operación con que se constituye un sujeto está la escisión entre cuerpo y goce, o más precisamente es el tiempo en que se efectúa el paso de un sujeto a su propia división en el goce. En un segundo tiempo, vivida la experiencia entre la demanda y el deseo al Otro y del Otro se produce la escisión del objeto a… la que da por resultado la constitución de la causa del deseo… proceso en el cual se inscribieron las condiciones del goce que han dejado letra de los residuos de goce vividos en esa experiencia.

Es con el deseo que vamos al amor.

El amor se distingue del deseo. Su objetivo es el ser del sujeto. Lacan enseñaba a distinguir el amor como pasión imaginaria, del don activo del amor que él constituye en el plano simbólico.

El amor, el amor de quien desea ser amado, es esencialmente una tentativa de capturar al otro en sí mismo, de capturarlo en sí mismo como objeto.

El deseo de ser amado es el deseo de que el objeto amante sea tomado como tal, englutido, sojuzgado en la particularidad absoluta de sí mismo como objeto.

A quien aspira ser amado muy poco le satisface – ya se sabe – ser amado por su bien. Su exigencia es ser amado hasta el punto máximo que puede alcanzar la completa subversión del sujeto en una particularidad y en lo que esa particularidad tiene de más opaco, de más impensable.

Se quiere ser amado por todo, no sólo por su yo… sino por su color de cabello, por sus manías, por sus debilidades, por todo.

Por eso mismo, pero inversa y diría correlativamente, nos dice Jacques Lacan, amar es amar un ser más allá de lo que parece ser.

El don activo del amor apunta hacia el otro, no en su especificidad sino en su ser.

Así el amor apunta, más allá del cautiverio imaginario, al ser del sujeto amado, a su particularidad.

Por ser así puede aceptar en forma extrema sus debilidades y rodeos, hasta puede admitir sus errores, pero se detiene en un punto, punto que sólo puede situarse a partir del ser: cuando el ser amado lleva demasiado lejos la traición a sí mismo y persevera en su engaño, el amor se queda en el camino.

El amor así cuando se realiza simbólicamente, se dirige hacia el ser del otro… si no se pone en juego el ser del sujeto, decimos que hay fascinación imaginaria, pero no amor.

Hay amor padecido, pero no don activo del amor.

El amor se expresa en una demanda incondicional de presencia y ausencia… pido en el amor la presencia del otro en una medida suficiente como para que no registre la trampa que implica… para seguir ignorando la medida de mi apresamiento… es por esto que necesito la ausencia.

Sin duda que un juego amoroso de presencia y ausencia mantiene lo poético del amor, donde las palabras de amor dicen lo indecible del objeto que me atrapa y me conectan en esa nueva invención que es el amor, con ese ser que fui en el deseo que me constituyó como deseo… ese ser que fui… hoy surgiendo en la palabras de amor.

Es en este sentido que decimos que el amor apunta al ser del sujeto y permite alojarlo… para sostener la pregunta del diálogo amoroso: ¿qué valor tiene para ti mi deseo?

El lazo amoroso se puede pervertir… cuando se ha llegado a ser para el otro lo indispensable, algo que no puede faltar, toma la forma de un vínculo pasional, que  nos evoca más lo absoluto… que la dimensión del amor.

La pasión es un término que define una relación al otro… cuando se ha llegado a ser para el otro… lo que no puede faltar.

Es este no poder faltar lo que le da el tono justo… su modo de expresión es el sufrimiento, el padecimiento que intenta dar un sentido de destino al sacrificio… por esta vía se llega a articular el odio.

La mujer acaricia siempre el sueño de ser para el hombre, el objeto de su pasión, ve allí una suerte de realización ideal de esta meta que es la suya propia: ser deseada, ser la única… convertirse para el deseo del otro en una exigencia vital.

Este lugar, este papel, la fascinarán imaginariamente siempre… pero nos indica el camino por el cual puede pervertirse su deseo.

Cuando el no poder faltar al otro se convierte en una necesidad patológica del otro, ese modo abrumador e indescriptible se puede confundir con el amor…

Encontramos en este vínculo pasional el odio…

Si el amor aspira al desarrollo del ser del otro, el odio aspira a su envilecimiento, a su pérdida, a su desviación, su delirio, su negación total, su subversión.

Como en el amor, hay una dimensión imaginaria del odio…, que compete a la creencia en la destrucción del otro… pero el odio no se satisface con la desaparición del adversario…

Aspira siempre al envilecimiento del ser.

Hay historias increíbles de mujeres donde se podría decir que crean un lazo que apunta todo el tiempo a lo que llamaría la mutilación del ser.

La pasión del odio es un vínculo posible y nos ha llevado a interrogar estas formas de entrega, esta forma de ser “la cautiva” de un déspota que exige recorrer toda la gama posible de la servidumbre, a través de introducirnos en el masoquismo femenino.

Jacques Lacan colocó el masoquismo femenino como un ensueño del varón.

¿Es que el sufrimiento, esa víctima entregada a su amo, es el modo de respuesta de una mujer, a su hombre, para que él mida los límites de la entrega femenina?

Sin duda que una mujer puede responder a un hombre, con un vínculo pasional, bajo la forma del sacrificio, hasta llegar a esa verdadera pasión que es el odio.

Decimos que una mujer puede encarnar un ensueño masculino ofreciéndose como ofrenda de un sacrificio.

Simplemente porque ella hace lo que detesta. ¿Para qué? Para quejarse, torturarse, vivir la experiencia atrapante de estar obligada a realizar lo que no desea.

Lo que se dice… el infierno en la tierra, el único del cual estamos seguros que existe.

¿A dónde apunta el sacrificio?

El sacrificio apunta a la captura del otro como tal en las redes de mi deseo.

La noción de sacrificio surge siempre como una forma de captar el deseo del hombre… la pérdida de la causa puede ser registrada como un sacrificio de lo propio… pero debemos considerar que es un recurso para atrapar al otro en el deseo.

Consideramos el sacrificio destinado – no a la ofrenda ni al don – sino a la captura del otro como tal en las redes del deseo.

El sacrificio entra así en el campo de los espejismos eróticos como prenda que adquiere valor mágico para el deseo.

Hay distintos modos de abordar el falo como lo prueba el orgasmo, donde ella quiere ser reconocida como única… pero consideremos que una mujer está atravesada por la prohibición a la sensualidad y el deseo de transgresión… y es por esto que puede soñar con el Don Juan.

El Don Juan es un ensueño femenino.

¿Existe? ¿O es el ensueño femenino el que lo ha creado?

¿Es que sirve a los fantasmas de infidelidad, a la búsqueda de una mujer única jamás encontrada?

¿Es la puerta abierta al amor sensual, a la voluptuosidad, a la inquietud, al ideal de mentira, al capricho de los sueños de libertinaje?

Todo esto contiene el ensueño femenino.

El Psicoanálisis ha producido una invención al establecer en la historia de mujeres una profunda reflexión sobre el erotismo femenino que incluye el enigma del deseo y las relaciones entre el amor y el goce.

El enigma del deseo se juega en Occidente para el hombre, en una escisión, en una separación entre lo amoroso y lo tierno, entre lo sensual y lo erótico, entre el Amor y el Deseo.

Esto es decir que para el hombre, donde ama no desea y donde desea no ama.

Sensualidad y castidad será la ronda imposible que hace del objeto femenino lo que Jacques Lacan señalaba como una relación enigmática, un juego entre el deseo y el goce para hacer de una hembra el Dios de su existencia.

Para el hombre, para el macho, para lo viril, la mujer, la hembra, lo femenino será esa larga serie de una, más una, donde intentará como un sueño imposible, constituirla en objeto de su deseo… en hacerla madre, encontrar por fin su hora de verdad, para hacerle vivir en la experiencia amorosa el goce que hará de ella ese verdadero enigma, que si bien no la hace toda suya, ha podido crear esa invención que hace del amor y del deseo un lazo único… y por esto mismo un verdadero acontecimiento.

En el centro de ese acontecimiento que es el amor, se encuentra el goce, esto es el cuerpo, el misterio del cuerpo que habla anudado al deseo.

El misterio del cuerpo que habla, es el misterio de la poética del inconsciente, es el misterio que tiene su causa en el deseo que lo habita, por esto decimos, es desde el inconsciente que el cuerpo toma voz y produce su llamado.

Una mujer no le sirve al hombre más que para dejar de amar a otra… Aunque vuelva a producir en un nuevo encuentro, lo insaciable del amor… el hombre cree siempre estar prometido a ellas… el hombre se fascina frente a la desmesura de las mujeres… y sin duda que buscará atrapar qué quiere decir que para una mujer no hay límites a las concesiones que cada una hace para un hombre, de su cuerpo, de su alma, de sus bienes… y que aún esto no alcanza para convertirlos en compañeros… pero aún más, buscará hasta el límite de la pasión hacer trazo en la entrega que en el erotismo produce el encuentro de los cuerpos, entrega para sacar a una mujer de su misterio… verdadera captura donde podrá alojarse para producir amor a veces, deseo siempre.