LA MUJER… EL GOCE MISTICO…

LA MUJER… EL GOCE MISTICO…

CLINICA PSICOANALITICA.

LA MUJER… EL GOCE MISTICO…

María Isabel S. de Espinosa

Lacan ha hablado del amor. Es una permanente presencia en su discurso. El amor consistirá en todos los engaños imaginarios pero es, aun así, la salida en el fin del análisis. Todo el tránsito de un análisis.
El amor, dice Lacan, es la pasión por la ignorancia del deseo pero… no puede privarse de su alcance; si bien se trata de hacer de Dos: ¡Uno! el deseo muestra allí la falla, porque depende de la esencia del significante, que introduce el corte, la hiancia.
El discurso analítico, entonces, gira en torno de esa falla, la falla es “no hay relación sexual”, es imposible escribirla, es por ello que se puede hablar de lo que la suple en un discurso.
El discurso nos trae este ser de su misma categoría al que el Amor apunta. El ser es el goce del cuerpo como asexuado y se satisface con el bla … bla. Y el bla bla de las mujeres es lo que más las caracteriza, siempre hablan de amor. Es por allí que Freud se acercó al psicoanálisis, por este decir que hace presente un goce.
Lacan, también, desde sus comienzos se interesa por las mujeres y este interés no lo abandonará nunca, es su modo de retorno a la letra freudiana. Va a dirigirse a diferentes autores para avanzar en su interrogación. ¿Qué es lo que lee? lee el goce de aquel que lo ha escrito, lee el síntoma, una traza borrada; aproximándose a ella encontrará su sentido, porque el síntoma intenta hacer pasar una palabra que está interdicta.
El goce femenino va a representar el tope de la teoría lacaniana, según lo entiendo, al contornear el desconocido freudiano ¿Qué quiere una mujer? para apropiárselo, para tener aunque más no sea un trozo de real alrededor del cual bordar su pensamiento. Siguió de cerca la formulación sobre La mujer, busca el amor. Dice: “¡El goce, ni hablar, pero el amor, ah, eso sí que sabe! Nada que ver con la relación sexual.”
Ante lo imposible de la relación sexual: el cuerpo, el goce y la muerte, todos ellos del registro real, logran dar una respuesta. Se anudan alrededor de ese impasse inverificable del sexo.
Es para avanzar en el goce femenino que se dirige a las místicas, vía que le permite leer una formulación del goce y de la cual se va a servir en el procesamiento de la cura. La mujer es síntoma, hay que hacerla síntoma.
Ese amor sí existe está basado en el goce de Dios que se expresa en las místicas: Santa Teresa y tantas otras. El goce pasa por intermedio del goce del cuerpo. ¿De qué gozan? está claro que los místicos dicen que lo sienten pero que no saben nada de él. Plano real, inexistencia de una palabra para que lo nombre.
Ellas hablaran de ese Goce de Dios, el hacerse Una en Dios. Este Uno tiene su esencialidad en que no es a través de un objeto, no es un bien en segundo grado.
Me dirigí al Movimiento de las Beguinas para poder escuchar lo que de la lectura del texto de estas místicas se podía extraer. Así en los libros de Margarita Porete, Matilde de Magdeburgo, y Hadjewich de Amberes -místicas del siglo XIII-, nos encontramos con lo que ellas han escrito en el momento del arrobamiento y erotismo místico en que se hacen Uno en Dios.
Este movimiento tuvo un lugar muy importante porque permitió el acercamiento de los textos religiosos al pueblo, ellas escribían en lengua vulgar y no en latín. También forman parte de ser reconocidas por el valor literario de sus escritos, en el caso de Hadjewich de Amberes es conocida como una insigne poetisa flamenca. Y Margarita Porete como Matilde de Magdeburgo se cuentan entre las obras maestras de la literatura francesa y alemana respectivamente.
Hay que escuchar lo que estas artistas han puesto en escena, en esas palabras que llegan al margen de la audición. Es en la “piel de las palabras” en donde, en su discurso, se puede asir estos puntos de impasses donde lo real se presenta. Es porque no hay una palabra que lo nombre que todo el resto va a nombrar esa ausencia, presentificándola, en el intento de borrarla.
Las mujeres se expresan así en el ámbito de lo sagrado. Se expusieron a ser excomulgadas y algunas de ellas, por no abdicar de sus creencias, murieron en la hoguera. Esta unión con Dios sin necesidad de intermediación las volvió peligrosa para la Iglesia, que veía en ellas una fuerza subyugante y las persiguió con la Inquisición, o bien no permitiendo leer sus libros, sólo lo podían hacer los entendidos en teología. Se vuelve a poner en acto, en este momento cultural, esto que, llegado a ciertos puntos nodales del goce, sólo los iniciados -así lo dice Alcibíades- pueden escuchar.
Estas devotas mujeres, dice Don Poriom, ilustraron en su propio cuerpo por estigmas visibles la unión que realizaban con la Eternidad en Cristo. Además del éxtasis y las visones, mostraban el desborde por el deleite que las embargaba: risas, batir de palmas, vueltas y danzas: expresiones de una alegría irresistible. Pero su rasgo más digno es ir más allá de sí mismas para perderse en la Simplicidad del Ser Divino, hundían la mirada en la esencia divina, atestiguando que es visible al ojo interior si este encuentra su desnudez original.
Dice Matilde de Magdeburgo que el último grado de la vida espiritual es la noche del amor que es la muerte sacrificial:
Amor sin conocimiento
Parece tiniebla al alma sabia.
Conocimiento sin fruición
Parece pena infernal.
Fruición sin muerte
No puedo deplorarla bastante.
Margarita Porete llama a lo que queda fuera de nuestro alcance el “Más”, se trata de alcanzar el Más, la Nada Divina, esa Nada pura es el desierto de toda cosa increada. Está por fuera de lo humano, su deseo apunta a más allá de la palabra. Y se dirigen allí sin temor ni compasión como solo los mártires, dice Lacan, pueden hacerlo.

Ellas comprueban la impotencia del código lingüístico, luego reivindicación de un código de desborde, que a partir de ese momento hace un lenguaje total, de una sintaxis de fuego, en donde la frase no conoce ya la medida, el grito es ordenado por Dios, el sollozo viene a reemplazar lo que el orden respetado de un discurso podría prohibir. Un lenguaje nuevo que el cuerpo podrá procurar, que el afecto sabrá alimentar. Hay un total desapego de cualquier condición material. Ya no hay deseo, el ser se vuelve pasivo en la beatitud inerte de este estado de la delectación amorosa, la esperanza y la aprensión han desaparecido.

 El objeto de la contemplación las vuelve igual a nada. Ya no hay diferencias: estan absortas en el instante que las eterniza. Desconocimiento del significante que introduce el tiempo. Se da el deseo de vivir dejando de vivir o de morir sin dejar de vivir, el deseo de un estado supremo, de exasperación de la vida que Santa Teresa describió con fuerza: “Muero porque no muero”.
Lo que queda por fuera del goce fálico. Este goce de la mujer en el cual Lacan dice que cree.
En las jaculaciones místicas se puede leer esta relación excepcional en el tiempo, que es decir lo indecible del goce, donde hay emergencia de la subjetivación. ¿Por qué no interpretar la faz del Otro, la faz de Dios, como lo que tiene de soporte el goce femenino? Esto nos encamina, dice Lacan, a la ex – sistencia. Lugar imprescindible para avanzar en la propuesta de Lacan, para llegar a ese más allá de la teorización freudiana.