“POUBELLE” ESCRIBIR Y PUBLICAR. no es lo mismo

“POUBELLE” ESCRIBIR Y PUBLICAR. no es lo mismo

ESCRITURA

POUBELLE”: ESCRIBIR Y PUBLICAR. no es lo mismo  

Olga M. de Santesteban

Para abordar el tema trabajo y producción, quisiera en esta oportunidad, poner el acento en el deseo de escribir para cercar la noción de escritura como una práctica de goce, ligada profundamente a la pulsión.

Este tema esta imbrincado, entretejido en la relación que existe entre la producción y el nombre de autor… en este camino- señalaba Lacan- es necesario un trabajo que implica el hacerse un nombre, allí donde se ha advenido al nombre por azar, por obligación, o por una simple tesis o un pequeño escrito.

En este trabajo ocupa un lugar esencial lo que Lacan llamo “Poubelle” (tacho de basura)

ESCRIBIR Y PUBLICAR… no es lo mismo.

La conjunción fortuita, inesperada, de ese algo que es el escrito y que tiene estrechas relaciones con el objeto “ a”, como valor de verdad, o como nombre propio, ya que cumplen la misma función, da a toda la conjunción no concertada de escrito, el aspecto de  ”poubelle”.

Lo que encontramos en el revés del lenguaje es lo real como imposible, revés donde encontramos la realización subjetiva de un vacío, esto se expresa en fragmentos de pensamiento que permiten un discurso que da lugar al paréntesis, a lo queda en suspenso o a su clausura, luego a su retoma. Reconocemos en esto la estructura de la escritura.

Estos dos temas en el caso del psicoanalista toman un valor esencial en la medida en que el deseo de escribir como práctica de goce se anuda a una escritura donde el  deseo del analista lo inscribe en un horizonte cultural donde la enseñanza y la transmisión del psicoanálisis lleva la marca, la huella, el estilo de habitar el lenguaje, su estructura simbólica, y los modos imaginarios de expresión de sus ejes instituyentes, de las relaciones instituyentes o fundantes de sujeto y las huellas de los modos de hacer frente a lo real: el sexo, la muerte, el goce- cuyo sostén es la falta, la carencia, la castración y que se expresa como sujeto en esa presencia intensa de algo escondido, lo que remite al fundamento freudiano del inconsciente.

Quisiera tomar el primer punto referido a interrogar algunos bordes del deseo de escribir.

Les presentaré un escrito de Roland Barthes. Publicado en 1974 en el texto ”Variaciones sobre la escritura” que lleva por título “Relaciones entre ficción y crítica según Roger Laporte”.

“El deseo de escribir. Cito al mismo Laporte: “Una pura lectura, una lectura que no llama a otra escritura es para mí algo incomprensible y sin duda siempre lo ha sido. Sólo me interesan, pero entonces violentamente, las obras que me han dado ganas de escribir”. Éste es pues el circuito de las escrituras: la escritura del otro me atrae, a la vez como un modelo y como una carencia, me siento contradictoriamente seducido e insatisfecho. Quiero suplirla literalmente, es decir, completarla y suplantarla, y en este movimiento de amor y de realidad se forma mi deseo de escribir. Además, Laporte precisa que -cito nuevamente- “la lectura de Proust, de Blanchot, de Kafka, de Artaud, no me ha dado ganas de escribir sobre autores, sino de escribir”. Pues sí, de eso se trata: el crítico parece practicar una escritura transitiva: trata un autor como se trata transitivamente un material, pero lo que realiza es de hecho una escritura intransitiva: escribir, un verbo sin complemento, escribir el deseo de escribir. En otros términos, el autor del que habla es su indirecto, el rodeo necesario para que pueda prodigar su escritura, y eso no le impide, por supuesto, hablar justamente de un autor, que para él no es un pretexto, sino mucho más violentamente- lo dice el mismo Laporte-, un mediador de deseo. Y si sucede que, para un tal sujeto, en este caso el mismo Roger Laporte, la vida, su vida, se consume enteramenre, fundamentalmente, y yo diría estructuralmente, en el deseo de escribir, entonces comprendemos que lo que le ocurre a ese deseo, que las aventuras de ese deseo, forman poco a poco la verdadera biografía de ese sujeto, y que los artículos llamados críticos son, desde ese momento, las variaciones de un tema biográfico, y yo diría de un tema erotográfico.

Roland Barthés se interroga acerca de la realización de una obra y dice que la  producción de textos no puede ser separada del horizonte cultural en el que emerge.

Es desde ese horizonte cultural que surge la escritura y sus  textos creando un lenguaje que lleva la huella, la marca, la inscripción de los lenguajes en que vivimos y quizás, por esto mismo, el lenguaje literario tiene siempre una posición excéntrica en relación con todos los lenguajes que lo rodean.

Que la obra realizada sea un producto original, que hizo el procesamiento que va del lenguaje oral a la escritura literaria, esto es, al acto literario, nos muestra que  escribir es un deseo de engendrar, escribir es instalarse en el rechazo, en la soledad, en el intento sostenido de abolir toda escritura anterior para situar el propio lenguaje, la propia producción de lenguaje, en el infinito mismo del lenguaje.

¿Qué persigue el escritor?

… Se trata de una especie de atentado contra la consistencia del sujeto que se produce en la escritura… y esto hace del texto una práctica que aspira a quebrantar el sujeto, a disolverlo, a dispersarlo en la página misma.

Escribir es una experiencia límite y en este sentido es una perversión, en el sentido, de ser una práctica que aspira a quebrantar al sujeto, a disolverlo, a dispersarlo en la misma página.

En tanto que no hay un fondo al que se llega en el lenguaje, el hombre se ve perpetuamente atravesado por códigos cuyo fondo nunca alcanza… limitarse a considerar la obra como un sistema de lenguaje en el que intervienen todas las figuras de la retórica, que recortamos, reunimos y separamos creyendo dar cuenta de la obra literaria es atenerse al nivel del significante, es decir, finalmente, a la superficie de la obra; en la suposición, en la vaguedad…

Barthés se pregunta que hacer con el deseo del que escribe. Propone una respuesta, dice que para él se trata de restablecer el cuerpo del escritor en su escritura. Hay un cuerpo que sostenía la pluma, que hizo las correcciones del texto… que agregó… que suprimió… fuegos artificiales de suplementos, de añadidos… Proust los llamaba paperolles… tienen una belleza plástica y finalmente a lo largo de la página, lo que se prolifera y se disemina es efectivamente el emblema de la escritura.

El cuerpo pasa a la escritura, en ese instante hay autor, solamente en ese tiempo existe… después no hay nada mas que decir, es algo despegado de la persona que escribe, no se tiene con el producto relaciones de propiedad.

Cree que hay que combatir el mito de un sujeto constituido que se convierte en padre y propietario de un producto, la obra… esa obra es mercancía.

Barthés imagina una especie de utopía donde los textos escritos en el goce podrían circular fuera de toda instancia mercantil y donde por consiguiente, no tendrían lo que llamamos- con una palabra bastante atroz- una gran difusión.

… Esos textos circularían así en pequeños grupos, en círculos de amistad, en el sentido casi   falansteriano de la palabra y por consiguiente, tendría realmente lugar la circulación del deseo de escribir, del goce de escribir y del goce de leer, que se juntarían y se encadenarían fuera de toda instancia, sin acercarse a ese divorcio entre la lectura y la escritura.

La escritura se juega del lado del goce, hay un lazo del que escribe con la erótica de la escritura que esta articulada con el sabor de las  palabras, con el sabor de la frase, con el sabor de lo que antaño llamaba un estilo.

Por otro lado el gran problema ahora, es hacer del lector un escritor y esto involucra el problema de la legibilidad de un texto.

Si leemos un texto ilegible, en el movimiento de su escritura lo comprendemos muy bien… toda una transformación se esta por hacer, para ello es necesario un cambio de posición subjetiva ¿Pero desde dónde y hacia dónde?

Este  conjunto de reflexiones de un crítico y escritor como Roland Barthés han servido siempre para cautivarnos con su letra, para experimentar verdaderamente el placer del texto y para acompañarnos a descubrir en los grandes creadores el artificio utilizado para atrapar su lector.

Como buen crítico ha desplegado la maniobra -sin ninguna duda- intrusiva, en la obra literaria o en la vida de un escritor, de tal modo que se apoderó de ella, hasta llegar a lo que Lacan llamaba “la carne misma del escritor”.

Su artificio mismo para la crítica, a la búsqueda de les petits papiers (papelitos, papeles íntimos) nos introdujo en el goce de la escritura…

“La escritura históricamente, es una actividad continuamente contradictoria, articulada sobre una doble pretensión: por una parte, es un objeto estrictamente mercantil, un instrumento de poder y de segregación, tomado en la realidad mas cruda de la sociedades; y, por otra parte, es una práctica de goce, ligada a las profundidades pulsionales del cuerpo y a las producciones más sutiles y más felices del arte. Esa es la trama de texto escritural. Aquí no hago más que disponer o exponer sus hilos. El dibujo ha de hacerlo cada cual.”

En el texto “Escribir” de 1976, Roland Barthés escribe:

“con frecuencia, me he preguntado por qué me gusta escribir ( a mano, se entiende), a tal punto que, en muchas ocasiones, el placer de tener frente a mi (cual banco de carpintero) una bella hoja de papel y una buena pluma compensa, a mis ojos, el esfuerzo a menudo ingrato del trabajo intelectual: mientras reflexiono en lo que he de escribir( eso es lo que ahora ocurre), siento como mi mano actúa, gira, liga, se zambulle, se levanta y, muchas veces, por el juego de las correcciones, tacha o hace estallar la línea y ensancha el espacio hasta al margen, construyendo así, a partir de trazos menudos y aparentemente funcionales (la letras), un espacio que sencillamente es el del arte: soy artista, no porque figuro un objeto, sino, mas fundamentalmente, porque, en la escritura, mi cuerpo goza al trazar, al hender rítmicamente una superficie virgen (siendo lo virgen lo infinitamente posible).

…escribir es una práctica corporal de goce…

Es demasiado pronto para decir qué compromete el hombre moderno de sí mismo en esta nueva escritura de la que la mano esta ausente: la mano tal vez, pero de ningún modo el ojo. El cuerpo permanece ligado a la escritura a través de la visión que tiene de ella: hay una estética tipográfica. Útil es por lo tanto el libro que nos enseña a distanciar la simple lectura y nos da la idea de ver en la letra, a semejanza de los antiguos calígrafos, la proyección enigmática de nuestro propio cuerpo”.  

      En 1969/70 en el seminario “El psicoanálisis al revés” Jacques Lacan se interrogaba acerca de la relación que existe entre la producción y el nombre de autor. Consideraba que el   hacerse un nombre, es un trabajo que debe producirse allí donde se ha advenido al nombre, por azar, por obligación  o por una simple tesis universitaria.

Nos plantea que él ha escrito lo que canta por sí solo de una experiencia penosa que es la que ha tenido con lo que se llama una Escuela… aportó propuestas para que algo se inscriba… decía  “El hecho de que este firmado por mí, solo tendría interés si yo fuera un autor. Pero yo no soy para nada un autor. Nadie lo sueña cuando lee mis Escritos”.

Lacan tenía como objetivo, una puesta en cuestión del saber.

Llevado por una pregunta esencial intentaba producir las condiciones por las cuales se pudiera recibir el testimonio de los efectos que un psicoanálisis estaba produciendo en el campo del saber, sometido siempre a las formas de goce.

Apostaba a que de esa inscripción surgiera un texto como aporte a la obra colectiva que constituye el psicoanálisis.

En el seminario “El revés del psicoanálisis”, encontramos ciertas claves para volver a pensar el estatuto del autor.

Los efectos del nombre firmado son paradójicos.

Durante siglos todo lo que hubo de gente honesta siempre hizo al menos como si se le hubiese arrancado su cosa, su manuscrito, en fin, se le hubiese hecho una jugada sucia.

… “Si hay algo que podía salir de una seria puesta en cuestión  de lo que es el saber que se prodiga y se propaga en el marco establecido del saber oficial (en ese momento se refiere a la universidad…) solo podría ser en un pequeño abrigo, especie de lugar que se daría esta ley de que algo se presente, no para hacer valer a un señor, sino para decir algo estructuralmente riguroso, pase lo que pase.

Eso podría tener mas alcance de lo que se podría esperar de antemano”.

…Por ejemplo: “un tipo como Diderot, sacaba El sobrino de Rameau, lo dejaba caer de su bolsillo”. Algún otro se lo llevaba a Schiller que sabía exactamente lo que era Diderot.

Diderot no se volvió a ocupar nunca de eso. En 1804 Schiller se lo paso a Goethe que lo tradujo inmediatamente y nosotros no lo tuvimos hasta 1891 por una traducción francesa de la traducción alemana de Goethe, el que por otra parte, había olvidado completamente que había aparecido un año después, que quizás no lo haya sabido jamás- Se supone que por las cuestiones del conflicto, político franco-alemán… por la intrusión revolucionaria… el mismo Goethe no sabía que se había publicado. A pesar de todo eso no impidió a Hegel hacer uno de los ejes de ese librito lleno de humor, a saber, “La fenomenología del Espíritu”.

Se dan cuenta que no hay que preocuparse tanto para que lo  que sale de Uds., tenga la etiqueta de que les concierne, por que les aseguro, eso hace obstáculo violentamente para que salga algo decente”.

  En ese tiempo Lacan se refiere al modelo universitario de organización de la tesis, pero debemos pensarlo para cualquier presentación en el ámbito institucional de las Escuelas de psicoanálisis u otra forma institucional, donde se cae bajo el influjo de creerse obligado en nombre de las leyes de la tesis a remitirlo al autor.

“Si se tiene talento, sobre todo, si no  ha dicho  grandes boludeces y si ha aportado algo importante que puede no concernirle a uno mismo en nada, uno esta obligado a pensar que ha sido una cabeza pensante. Con eso-dice- Uds. están cagados para rato…”

  Esto nos ha llevado siempre a una profunda reflexión acerca de la posición del que escribe.

Y a interrogar cuales son las condiciones de producción de una escritura que llevará- mas allá de nosotros mismos, la huella de nuestro ser, de ese ser perdido…de ese ser que lleva impreso las marcas de la experiencia de goce, experiencia  perdida en el infinito de la causa del deseo, en el corazón mismo de lo que mueve un deseo.

Tanto Freud como Lacan nos han llevado a abordar aquellos autores que han producido un profundo viraje en el pensamiento de su siglo y cuyas búsquedas se inscriben en el suelo mismo que funda su posterioridad.

Son autores que nos muestran una mirada sostenida en la exigencia de no dejar en la sombra lo que sostiene los actos del sujeto, sus pasiones, el amor, el deseo y los sórdidos motivos que definen una existencia… esa línea que va del nacimiento a la muerte, para que se realice el viaje al modo del caballero errante, en ese errar y en ese error que repite los itinerarios que dejaron las huellas de una experiencia que despliega ese deseo indestructible que acompaña al sujeto.

 El síntoma en Marx no se reduciría al signo sino que él reconocería una disposición de la naturaleza que sufre las consecuencias de las relaciones de producción, es decir, la verdad  de la explotación que la ideología tiene por efecto ocultar. En Freud el trabajo del síntoma no se detiene con su disipación como verdad, ya que hay un real en juego: el grano de arena en torno al cual el molusco forma la perla. Lacan afirma que “el modo en que cada sujeto sufre en su relación con el goce en tanto que sólo se inserta a través del plus de gozar es el síntoma”.

Al ir ubicando, entonces, los pasos del proceso del Trabajo y sus impasses nos convoca a interrogarnos sobre la estructura del cartel definido por Lacan como un sistema de producción.

Dice este autor que Marx parte de la función del mercado. Su novedad consiste en el lugar que él sitúa al trabajo. Es porque  el trabajo es comprado que existe un mercado del trabajo. Esto es  lo que permite ver lo inaugural en su discurso y que se llama la plusvalía.

En el Proceso de trabajo plantea que el uso de la fuerza de trabajo es el trabajo mismo. El comprador de la fuerza de trabajo la consume haciendo trabajar a su vendedor. Este se convierte en fuerza de trabajo en acción, en obrero, lo que antes era en potencia. Para materializar  su trabajo en mercancías, tiene ante todo, que materializarlo en valores de uso, en objetos aptos para la satisfacción de necesidades de cualquier clase.

Debemos comenzar analizando el proceso de trabajo.

El trabajo es en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso que éste realiza, regula y controla mediante su propia acción.